jueves, 23 de octubre de 2008

Batania, el poeta neorrabioso



[sobre el autor]

Alberto Basterrechea (Vizcaya, España, 1974), mejor conocido como Batania, el Poeta Neorrabioso, ha comenzado, desde hace un año, sus andanzas literarias. Artículos suyos han sido publicados en El País, La Vanguardia, El Periódico de Catalunya y varios medios digitales. Es miembro de la Red de Arte Joven de Madrid y del grupo POEKAS. Además de su ardua labor poética, entre otros asuntos dignos de mencionarse, limpia, fija y da esplendor al sitio Poesía de la A a la Z, selección de una amplia bibliografía de diversas publicaciones impresas de poesía.

[poética]

Abogo por una poesía que persiga la intensidad y la concisión. Que confunda la belleza con la justicia. Un poeta como Diosa de la Discordia que va dejando manzanas-trampa para que la mentira quede al descubierto. Una poesía que me obligue a gritar aquello que me ocupa la cabeza, y que de ese grito salga mi verdad de tal manera que me asuste de lo que he escrito.


[selección de textos]

Nota de selección: Parte de los poemas aquí seleccionados fueron amablemente donados a Poeticárbitraria por el estimado Neorrabioso, y otros forman parte de su Diario, donde pueden consultar, aparte de sus letrillas y letrones, hazañas de varia índole, entre otros asuntos de jocosa envergadura.


El jardín botánico

Entre el gris de los geranios y un trébol de jilgueros,
en la línea recta que va de Lauros a Basauri,
bajo robles y encinas, perales y manzanos
que no siempre están en flor,
allí me enamoré de Iratxe y su boca sin calendario.

Todo fue así, tal como digo,
pero, al ser yo un proyecto de poeta,
quise demostrar en verso
la amplitud de mis sentimientos,
y leídas en las grandes páginas de la poesía universal
las palabras excelsas que se deben escribir,
pronto me olvidé de esos nombres,
pues me parecían
demasiado simples,
demasiado pobres,
demasiado claros,
y halladas en los libros las palabras
(nunca sabidas hasta entonces)
de rododendro, meliloto y aladierno,
los pájaros
(nunca vistos por mí)
como la oropéndola o el aguanieves,
lugares
(a los que nunca he ido)
como Tracia, Arcadia y Antioquía,
nombres de mujer
(ya olvidados)
como Tisbe, Perséfone o Deyanira,
elegí éstos para referirme a aquéllos,
y en lugar de escribir, por ejemplo,

Iratxe camina entre los ciruelos de Lauros...

escribía esto:

Deyanira vaga entre los rododendros de Antioquía...,

sin saber qué mujer pudiera ser Deyanira
(nunca conocí ninguna)
qué árbol sea un rododendro
(pero es tan bella, la palabra)
qué lugar Antioquía
(sonoro, refulgente, señero).
Pero un día,
paseando por El Prado,
me dio por entrar
en el Jardín Botánico,
y cuando vi lo que realmente era
un aladierno,
lo que realmente era
un rododendro,
lo que realmente era
un meliloto,
me quedé muy confundido:
no, la realidad no confirmaba
la belleza de sus nombres.

Desde entonces ya no quiero Deyaniras
sino Iratxes.
No quiero oropéndolas
sino jilgueros.
No quiero rododendros
sino los manzanos de Lauros,
aunque no siempre estén en flor.


La historia

Si coges un libro de historia
y lo aprietas con las manos,
verás salir por sus costuras
regueros de sangre.

Ábrelo.

Leerás que los vencedores
siempre apelan
a Dios
y a la ley
y a la verdad
y a la patria,
pero ganaron porque tenían
más soldados,
más cañones,
más caballos
y generales que estudiaban mejor
las líneas negras de los mapas.


Paloma (solamente)

Paloma,
dijo el primer poeta del mundo.

Paloma blanca,
dijo el segundo poeta del mundo.

Paloma blanca que sueña,
dijo el tercer poeta.

Paloma blanca que sueña un puma,
dijo el cuarto poeta.

Paloma blanca que sueña un puma azul,
dijo el quinto.

(De los cinco poetas,
sólo quiero ser como el primero).


Se tarda tanto en caer de un andamio

Se tarda tanto
en caer
de un andamio
si eres
marfileño,
si eres
argelino,
si eres
peruano,
que tienes tiempo
de sobra
para recordar
el azucarillo
del café
de las nueve,
la quiniela fallida
por culpa
del Barça
o el último beso
carminado
de aquella chica
que no era
tu mujer.
Se tarda tanto
en caer
de un andamio
si eres
búlgaro,
si eres
marroquí,
si eres
rumano,
que los cronistas
publican tu muerte
cuando aún
vas por el aire,
y tu familia
llora
ante el ataúd
y dispone
crisantemos
mientras sigues
cayendo,
y pasan los días
y los meses
y los años
y todavía estás
en el aire,
preguntando
dónde habrá
un suelo,
cuándo
acabará todo,
por qué
no se pone fin a esto
si eres
saharaui,
si eres
esloveno
si eres
boliviano.


La casa sola

Entonces,
una noche de nunca es tarde,
al ver a mi muerto muerto, a mi único muerto,
muerto,
comencé a hacer la maleta
y le dije no sé a quién
(pero no lo recuerdo,
no debo recordarlo)
que Vizcaya era una palabra, que Euskadi
una palabra,
que eran sólo palabras y no las mejores,
le dije,
las palabras.

Todavía hoy,
a la tercera cerveza y sin que nadie me pregunte,
levanto la voz y proclamo
que yo solo,
con todas mis espinas y linternas de noche,
soy mucho más
que Euskadi entera
(aunque quizá sea menos
que un gato sin paraguas);
que yo solo,
con mis camisas brunas y faltas de grafía,
soy mucho más
que toda España
(aunque quizá no tanto
como un lirio con leucemia);
sin poder detenerme,
caminando con la cintura
de un pájaro, me alzo y pregunto
qué máscara es Noruega o Argentina,
qué diccionario Brasil o Mozambique
(pero sí conozco las nóminas de 815 euros,
unos ojos azules cuando miran como los tuyos,
un plato de arroz, o las colas de los hospitales).

Qué miedo tiene
el que olvidó el mañana de sus raíces; el que
abandonó el nosotros perfecto para ser innumerable; el que
sólo pisa caminos rotos y océanos de impureza.

Qué miedo tiene
el que busca su derrota con la miel en los dientes; el que
sueña con lugares de alazanes sin alambradas; el que
cuenta las horas que le faltan para matar a Clitemnestra.

Qué miedo aquél
que una noche llegó a casa
y la casa estaba sola,
y la puerta cerrada,
y su padre muerto,
y de pronto quiso estar
en los archivos de la policía.


Rebeldía

Si pudiera talar el cedro ajeno
de mi nombre,
la grecia de nudos que me ata
a la tierra,
si pudiera limpiarme
de catecismos y antiguos decires,
trizar mis genes,
el aire mismo
y el propio calendario,
si lograra
matar a mi madre,
matar a mi padre,
matar a Vizcaya,
matar a Euskadi,
matar a España,
matar a Europa,
matar la historia,
la tierra vieja
y el siglo XXI,
si pudiera arrancarme
la pelagra
de lo adquirido
y una vez desnudo
aún quedara algo,
algo mío,
hueso, cardo o recuerdo
de linterna,
aún quedara
un yo discrepante
después del incendio,
entonces
sí que podría
proclamarme
un hombre
en toda su esencia
y pedir altanero
la palabra que perdimos,
rebeldía.


El abuelo, el padre, el hijo y el nieto

I

El abuelo soñó
un tigre;
el padre
lo cazó;
el hijo
le puso bozal
y el nieto
lo convirtió
en gato.


II

El abuelo pidió
libertad;
el padre
la consiguió;
el hijo
le puso leyes
y el nieto
la rodeó
de policías.


III

El abuelo dice
mañana;
el padre dice
hoy;
el hijo dice
sin embargo
y el nieto dice
qué más da.


2 comentarios:

Marina Centeno dijo...

Un placer leerte acá Alberto.

Genial.

Saludos Neorrabiosos.

benyrema dijo...

cago-diez Neo me has quitao una antologia entera. En serio. me reconforta leerte. espero que sirvas de ejemplo. ya esta bien de cursiladas. si tienes algo publicado -pa coger en las manos-
dimelo.

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