jueves, 28 de agosto de 2008

curtiduría poética\ Mario Nandayapa


[sobre el autor]

(Chiapa de Corzo, Chiapas; 1965). Licenciado en Letras Latinoamericanas y maestro en Educación Superior, ambos por la Universidad Autónoma de Chiapas, y Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Chile. Se ha desempeñado como responsable de diversos proyectos editoriales y actualmente es catedrático de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Chiapas, director de la revista autónoma de arte y cultura Sombra de papel, delegado en Chiapas de la Asociación de Escritores de México, y Presidente de la Asociación Civil Teochiapan: Señorío de los Chiapa. Ha publicado diversos libros de poesía, narrativa y de ensayo, así como también ha recibido distintos premios literarios.


[poética (fragmento)]

La poesía es un estado. La poesía es una conciencia, una comprensión y una percepción distinta de la vida. La poesía crea un nuevo campo sembrado. Las palabras adquieren consistencia. Las palabras son señales en el camino. Las palabras son visiones de símbolos, semillas del alma humana que conceden un poder: la libertad. El poeta, es así un hombre libre. Libre porque la poesía no padece necesidad de alimento. Basta una hoja en blanco. Basta un anuncio de lluvia. Basta una tarde.

La palabra es un río. Hay palabras de agua y palabras de fuego, palabras de tierra y palabras de nube. La poesía es elemental, de una naturaleza distinta a los peces y sin embargo navega, fluye, influye, despierta del polvo una naturaleza afín a su encanto, espíritu y conciencia, experiencia y sentimiento, evocación y ofrenda.

En la poesía se halla inscrita la historia de nuestra alma. Sabemos del hombre por el espíritu del hombre que mora en él. La poesía es realidad. Real porque nombra la vida. Real porque transforma ciertos sentimientos. Real porque su espíritu es real. La palabra es una lámpara para la noche del alma que piensa. La Poesía no se borra del mapa de los días, su tinta es indeleble del corazón. Las palabras relumbran bajo el sol, como espejos de otras palabras, de otras vidas. La palabra se levanta de su humareda, de su recurrencia, de otras formas de tomar contacto con la vida y la muerte. El espíritu poético crea palabras anímicas. El mundo es una representación de su alma de mundo. La poesía restablece cierto orden, cierto valor, cierta verdad. La poesía restituye su grandeza a las palabras, hace grandes hombres de palabra, hace grandes trabajos de conciencia.


[selección de textos]

Un hombre sabe levantar su casa.
Sólo después de haberla mirado tanto
comparando tantas puertas y ventanas
pisos y tejados y domicilios,
pasillos y escaleras,
porque siempre hay una escalera para llegar a la calle.

Esta ventana mira siempre hacia el poniente,
hacia los últimos restos de la luz que nombra la tarde.
Esta ventana se abre cada mañana
y despierta cada mañana porque alguien mira.
Todo es motivo de la luz.

El hombre que canta celebra
y su canto es su casa
cerca del cielo de sus palabras, porque canta,
cerca de todos los seres, porque canta,
cerca del sueño, porque canta.

El atardecer enseña su frente
pasada por el tiempo de una vida,
pensando que el otoño modifica sus alas
en el vuelo manso de ciertas gaviotas
en el ruido del mar sobre la arena
que cae desde un reloj ya sin olvido.

Un hombre que sabe hacer su casa
reconoce, primero,
la noche afuera de la puerta
y el día ciertas veces en la nada.

De la luz repasa el cristal y de la sombra el reposo,
establece contacto con las libélulas y hormigas,
con las hojas que piensan todo el tiempo en la lluvia.

La ciudad entrecierra sus ojos
ahora que hay menos mundo para la piel de este día.
La ciudad entrecierra su mundo
ahora que existe un atardecer en estas palabras.

Un viento helado reúne los
cuerpos que octubre había convocado a las calles
dispersa las cenizas de los muertos.

El tiempo sigue su curso
con la certeza de lo que crece inalterable,
mientras hacemos y deshacemos nuestras cosas.

Estas palabras resteñan cierta ausencia,
estas líneas que izan su vela de barco
mueven sus remos en el agua aciaga de la tarde.

Entre los pinos de la montaña se levanta la luna
como otra palabra que se dice a sí misma,
como una ceremonia que el atardecer
ejerce sobre la fascinación del mundo.

Es un momento entre las aguas de un día.
Es un lapso de belleza que lo inmemorial recrea
con invisibles manos
para la tarde en sus límites de niebla.

Vencerá, entonces, la luz de la palabra,
de la palabra que estuvo esperando esta puesta de sol
para atestiguar a favor del otoño.
Se levantará como un fuego
la declaración de las horas
que justifican la persistencia.

En el borde más suave del poniente
estas palabras acarician el plumaje del ave nocturna
y develan el amor de una nube sobre los árboles,
para responder a las dudas
con una tarde que es un anuncio lluvia,
una tarde alejándose como un vestido de novia
que la brisa del mar recuerda.

En mi mirada se van encediendo las primeras luces.


Ansiedad de lluvia

¡Ah! ese animal cimbra la tierra
merodea mi impulso con una ansiedad de lluvia
y uno reconoce el olor del miedo esa huella fresca en la ciénaga
y el miedo esta ahí recorriendo este maldito camino de hormigas
que llevan de la angustia a un suicidio crónico bajo la lluvia

¡Ah! ese animal acecha en la hoja que se desprende de la tarde
y un temblor dispersa la animalía de estas palabras
y confundido reto al animal en la trampa de la belleza

La lluvia no es impedimento para alzar los brazos como ramas
a lo ancho del camino que recorre el trópico en octubre
aunque esta lluvia se empecina en ahogar el canto de un hombre
de borrar las huellas del animal que se anticipa con derrumbes

El olor de tamarindo que florece confunde estos pasos
que rastrean huellas del animal que alberga desde adentro
donde mi palabra se entiende de frente con la muerte:

uno contempla los escondites del animal en el cielo
en el tercer giro que da el gato que guarda la noche
en los ojos del jabalí que se perdió de la manada
en la parte herida del río que eriza esa piel del agua
en el color rabioso del amarillo que lleva a la locura
en lo profundo del verde que esconde un grito de dolor
en el desprendimiento de una fruta que madura en la caída
en tu voz que repite el caracol que mantengo en las manos
en la sombra del árbol que humedece de hongos estas palabras
en esa mujer de pelo largo que se introduce en el caudal del río
y retorna en un movimiento del canto que anuncia su humedad
y ante el relámpago de la certeza cierro los ojos
/en esa cascada del orden
y asumo mi condición de árbol que no espera nada
/después de la lluvia de agosto
Sacar mi cuerpo del espejo del agua para que sea nube
es la primera decisión para perseguir al animal que me acecha
que irrumpe sin avisar como el salto de un sol en una hoja
entonces le permito que hable por mí soy su aliado
esa ave pesada de luz donde se oculta un arco iris triunfo del día


¡Ah! me irrita porque no puedo descifrar su lenguaje
con huesos de ranas violento los espacios cerrados
todo ocurre en esta selva que sólo ven los ojos nuevos


una piña, luminosa, sobre un lienzo como un deseo


Y el eco permite el diálogo de este hombre que se avergüenza
de su condición que lleva transparente al amanecer
expiración de náufrago ante su eminente caída
alza los brazos como ramas esperando a los pájaros de la lluvia
—estoy aquí y en otros lugares, una vez más—
rozando los tejados con un aleteo de ave negra que planea
es cuando la multiplicidad se abalanza en forma de animal

en esa convivencia de mis personalidades
está el equilibrista:
él que supera el hambre de los siete jaguares con mi muerte
él que domina el miedo al silencio con ocotes iluminados
frote que enciende la pradera de la memoria con luciérnagas


¡Ah! el animal se contempla a sí mismo con la luz de luna
en esa eternidad de sus movimientos una hoja se desprende
anunciando el ejercicio del poder que interrumpe la noche
con una lluvia por asalto en las inmediaciones de la vastedad

y no es la lluvia repitiendo la misma estrofa

es el canto de la desesperanza de un hombre que convoca
a todos sus temores cerca del cielo, porque canta,
todo es motivo de una muralla construida en la lluvia
personajes del bestiario de esta sensación
que iluminados retan al silencio con la fuerza de la palabra
como un ejército que invoca tu nombre
desde alguna montaña


Soy Caluca
y mi voz es una estalactita del tiempo
una piedra que mira a lo alto de la tarde
soy el primer hombre de barro de madera de maíz
soy el primer ruido de la quietud
en sus cuatro costados
soy el primer relámpago que esconde el grito
soy el que dice agua y un río se precipita
soy el que mira al mar en un caracol
ese estruendo que cae desde adentro de los siglos
he viajado en canoa por el caudal del inframundo
he desafiado a los guardias de la casa oscura
de las piedras cortantes
he nacido de la luna del asombro de la savia
del árbol de trece ramas
soy Caluca
y esta meseta es el centro del mundo
donde los animales la mujer el odio crece
este grito que siembra algo que no es un pájaro volando
este canto a la flor para que no se rompa al caer
este canto para que el papalote vuele
este canto para que nazca el tercer tallo de la enredadera
este canto da inicio a una danza al círculo
de la mujer por nombrar
este canto detiene a pleno vuelo el pájaro de Nandúa
Caluca Caluca Caluca
soy un saraguato que canta y reinventa al mundo
soy el vuelo que cae como una lluvia
soy el que dice pájaro y relincha un caballo
soy el que escribe pájaro como la primera vocal pronunciada
soy el que dice pájaro y se avergüenza de su creación

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Quién se traga las jaladas de esta reseña biográfica? Al menos, los que conocemos al "poeta", no.

Vicko Suárez dijo...

chale, el mario ya calló en las fauces/garras de los arbitrarios... tan bien que me caía, jajaja

Vicko Suárez dijo...

cayó*

Artes poéticas

Revista La Otra